viernes, 24 de agosto de 2012

El misterio de las puertas

En la última entrada de Esteban Blog, el estupendo blog de mi amigo Esteban, titulada ¿Existen los fantasmas?, me comprometí a efectuar mi comentario a su interesante planteamiento a través de este medio, pues creo que es el más adecuado.

Sin más preámbulos, iniciemos nuestro relato.

Esta es una historia verdadera.

Corría la década de los cuarenta, y sentados alrededor de una estupenda mesa antigua de un restaurante limeño, había tres grandes amigos: Alfredo, Miguel y Jaime. Charlas van, charlas vienen, llegaron a tocar asuntos serios. El punto es que tocaron el tema de si había vida en el "otro mundo" y entre los tres acordaron que, para verificar si había vida en el más allá, el primero en morirse, en el mismo día de su sepelio, tenía que enviar una señal clarísima, grande, indubitable, al nivel que a los otros dos no les quedara el menor resquicio de duda de que efectivamente había vida en en el más allá y que el emisor de la señal estaba en la Gloria. Es decir, si el fallecido no estaba en la Gloria, no se produciría la señal. Todo esto debía suceder a la medianoche en punto.

Los tres íntimos amigos sellaron su acuerdo con su propia sangre, pues cada uno se pinchó un dedo y con esa mezcla de las tres sangres, firmaron un documento que contenía los precedentes expuestos. Así de seria fue la cosa en esta locura de juventud.

Aquí hay que hacer una aclaración: los tres estaban en pleno uso de sus facultades. Este pacto, para algunos, rayano con la insanía, los asustó a ellos mismos. Asi que optaron por dejar las cosas ahí y retirarse, sin consumir nada de lo que habían ordenado.

Pasaron los años, que no fueron tantos, y el destino hizo que Jaime, que era aviador, estrellara su avioneta fumigando algodonales en la ciudad de Chincha, a 200 kilómetros al sur de Lima. Alfredo, que era su mejor amigo, como ya lo dijimos, fue el encargado de ir a recogerlo y traerlo a Lima para el velorio y posterior entierro. Una persona muy cercana a él me contó que ese día, desde que Alfredo supo lo que había pasado, estuvo actuando de una forma fuera de lo común. Tan fuera de lo común que provocó que esta persona le preguntara qué le pasaba, a lo que Alfredo le respondió: "espérate a la medianoche...".

Pasó el servicio religioso, al que por cierto, Miguel no asistió (nunca se supo por qué), y todos los asistentes partieron a sus casas. Cuenta la historia que Alfredo se recostó en su cama, como a las 8 pm, con los ojos abiertos y mirando hacia el techo. Parecía estar esperando algo.

Esta misma persona cercana, que era su esposa, le volvió a preguntar qué le pasaba. A lo que él respondió: "hace apenas horas que ha muerto mi mejor amigo, pero espérate a la medianoche, porque Jaime me va a decir algo".

En el primer piso de la casa de Alfredo, había un reloj antiguo de péndulo que marcaba las horas con campanadas que se escuchaban por toda la casa. Cuando llegaron las doce de la noche, el reloj comenzó a sonar, como pasaba en todas las horas desde hacía años. Entonces Alfredo comenzó a contar: "uno, dos, tres, cuatro...", hasta llegar a las doce campanadas. En eso se escuchó un solo ruido que llegó con un estruendo terrible que asustó a todos los que lo oyeron.

Alfredo dijo entonces, con una calma tremenda y casi con alegría: "Bueno Jaime, ya sé que estás en la Gloria".

¿Qué había sucedido, además del ruido? Lo supieron a la mañana siguiente, cuando se dieron cuenta de que la totalidad de las puertas de la casa, desde la puerta de entrada de la casa hasta la más pequeña puerta de clóset, tenían grietas que las atravesaban verticalmente, de arriba a abajo, con un corte limpio que las dividía a la mitad. El corte era tan limpio que era como si hubieran pulido la madera después de dividirla. Las grietas tenían más o menos medio centímetro de ancho y, como ya dije, atravesaban todas las puertas de arriba a abajo. Si bien eran resquicios gruesos, los remaches superiores e inferiores de las puertas que unían ambas mitades hicieron que estas siguieran cumpliendo su función a la perfección. Tanto así que Alfredo nunca quiso arreglarlas, en homenaje a la señal de su amigo Jaime.

Eso si, el reloj de péndulo nunca volvió a funcionar. Cada vez que lo mandaban a arreglar, se volvía a malograr.

Tengo la seguridad de que esto sucedió porque Alfredo era mi padre, y su esposa era mi madre. Las puertas permanecieron en ese estado, incluso después de que me fui de casa de mis padres.

Por eso es que también estoy totalmente seguro de que la Gloria existe.

No me preguntes, Esteban, si hay fantasmas. Personalmente, no sé cómo llamarlo, si otra vida, otra dimensión, otro plano. Lo que sí sé es que existe un algo inexplicable que está ahí, para el que quiera creer.

La segunda historia no la voy a poder contar. Espero sepan comprender.

PD: en cuanto a Miguel, tiempo después mi padre se enteró de que a la misma hora ese día, se rompieron algunos de los vidrios de las ventanas de su casa. Mi padre y Miguel jamás comentaron lo ocurrido.

lunes, 20 de agosto de 2012

Sinlogismos, preguntas, frases célebres

El poder es una bebida que marea.

La vida se termina cuando se dice "ya no puedo más".

Las mujeres bonitas huelen a flores.

La lealtad es un tesoro oculto.

Hay verdades que tienen que sacarse con fórceps.

No hay mujer fea sino mal acompañada.

Un terremoto se produce cuando la tierra tiembla de miedo.

Pedalear en estacionaria es sacar a pasear a la imaginación.

¿Y si se me olvidó tejer?- el Hombre Araña.

¿Salto o no salto?- Clark Kent.

¿Y si todo me lo jugara al póquer?- Rico MacPato.

¿En qué invierto mi capital?- Marx.

¿Cuándo inventarán los antiácidos?- Napoléon.

Uy, estoy que me hago- Cagancho.

¡Absolutamente si!- Albert Einstein.

No te preocupes, mi amor. Es un ida y vuelta nada más - Capitán James Lowell, comandante del Apolo 13.

martes, 14 de agosto de 2012

Don Quijote y Sancho Panza

Por simple amor al personaje, tengo en mi casa una colección de unas 50 estatuillas de Don Quijote y de Sancho Panza que he ido juntando a lo largo de años. Es una linda colección de cuanta parte del mundo he visitado y de regalos de amigos y familiares que conocen esta particularidad mía.

Ni bien entró a mi choza, Mena se dio cuenta de que Quijote y Sancho estaba repartidos por varios lugares de toda la casa.

Hoy día, recibí de Mena el texto que copio a continuación. Lo comparto con ustedes.


—Mal cristiano eres, Sancho -dijo, oyendo esto, don Quijote-, porque nunca olvidas la injuria que una vez te han hecho; pues sábete que es de pechos nobles y generosos no hacer caso de niñerías. ¿Qué pie sacaste cojo, qué costilla quebrada, qué cabeza rota, para que no se te olvide aquella burla?

—Advierte Sancho —respondió don Quijote— , que hay dos maneras de hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo, y cuando se pone la mira en esta hermosura, y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas.

—Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso, pero también conozco que no soy disforme, y bástale a un hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho.

—Yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra. Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno.

—¿Por ventura es asumpto vano o es tiempo mal gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando los regalos dél, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la inmortalidad?

—Majadero —dijo a esta sazón don Quijote—, a los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que encuentran por los caminos van de aquella manera o están en aquella angustia por sus culpas o por sus graciasI: solo leII toca ayudarles como a menesterososIII, poniendo los ojos en sus penas, y no en sus bellaquerías.

—Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres, pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias. Que la virtud más es perseguida de los malos que amada de los buenos.

—Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro. Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas; porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca.


¿No les parece un lindo gesto de parte de Mena?

sábado, 11 de agosto de 2012

La visita de Tuliberto

El jueves recibí una llamada. Era la hija de mi amigo Tuliberto Antonio Victorino de la Guerra:
- Aló, ¿tío? Te paso con mi papi...
- ¿Aló, Cyrano? ¿Cómo estás, amigo? ¿Qué dice el Parkinson? ¿Te sientes mejor?

Me lo decía en su medio lenguaje. Yo le contesté en mi también medio lenguaje con un si o con un no, según la naturaleza del muy interesado interrogatorio sobre mi compañero Mr. Park.

Hasta que llegó la esperada pregunta. Yo le contesté que cualquier día de estos, pero era una respuesta que él no merecía, porque decir cualquier día... es como decir nunca. Este amigo no se merece una respuesta de esa naturaleza. Así que le dije, en un arranque de cariño y respeto, ¿por qué no nos vemos mañana a las 8:45 am? Perfecto, ya nos vemos mañana, y colgó.

Al día siguiente, se apareció a las nueve de la mañana con su hija Mena, y su pequeña enfermera. Pequeña de estatura, pero grande en eficiencia, como después me contara él. Tuve que admitir para mis adentros que jamás me imaginé que realmente iba a presentarse en mi choza, y menos al día siguiente, a pesar de que en eso habíamos quedado.

Les voy a dar a conocer quién es mi amigo Tuliberto. Lo conozco desde hace más de 35 años. Era un tipo serio, con cara de póquer y extremadamente espiritual. Ojo, no digo religioso. Caminaba por el malecón donde de cuando en vez nos cruzábamos y no pasábamos de un saludo de cuatro palabras, después de lo cual cada uno seguía su rumbo hasta su destino final. Hasta que Tuliberto se compró una bicicleta, con lo que agrandó su circuito y así cesaron nuestros casuales encuentros.

Un día, en la esquina de una calle miraflorina "de cuyo nombre no quiero acordarme", mi amigo fue atropellado por un chofer de transporte público que, en medio del alboroto que se causó, se portó a la altura de las circunstancias y no lo abandonó a su suerte, como ciertamente hacen muchos malos choferes.Y cuando digo choferes me refiero a todo tipo de conductor, el que maneja su propio auto y el de transporte público.

Por supuesto que Tuliberto resultó con heridas bastante serias, como un traumatismo encéfalocraneano que lo mantuvo en coma durante 40 días con sus respectivas noches. Como consecuencia de ese TEC y el coma en el que estaba, le practicaron una traqueotomía para que pudiera ingerir alimentos y extraerle secreciones de manera continua.

Quedó hemipléjico del lado izquierdo y, según él me contó, durante todo ese tiempo que para él fue cortísimo se sintió fuera de su cuerpo, en un nivel extraordinariamente plácido, sereno, tranquilo, gozoso, que describió como el cielo mismo. Cuando un Ser Superior le dijo que debía regresar, él se opuso, pero no le quedó otra cosa que obedecer los designios que para él estaban fijados.

Todo esto me lo contó en la sala de mi choza, y ahí fue que su hija Mena interrumpió para decir "ahí fue donde mi papi resucitó, tío".

A propósito de Mena, nunca he visto amor tan grande como el que vi el día de la visita de Tuliberto a mi choza. Encontré un gran parecido entre Mena y Roxanne, por su forma de acariciar a la persona a la que tanto quiere. Además de su evidente belleza física.

Si, efectivamente, no me cabe la menor duda de que era igual que Roxanne, con las obvias diferencias de ser esta una hija acariciando a su padre: la forma en que lo miraba, la ternura hecha mujer. ¿Quién me hubiera dicho, desde el siglo XVII al XXI, que iba a ver repetirse tal fenómeno?

Mi amigo Tuliberto es un valiente. Tuvo que dejar la clínica casi apenas salido del estado de coma por los elevados costos que para él se volvieron imposibles de pagar. Ahora no se ha quedado en la calle, pero con una gran sentido del humor dice en su medio lenguaje (porque está aprendiendo a hablar de nuevo), que va a cantar en los micros y va a pasar su sombrero porque "diez céntimos no te van a hacer más pobre ni a mí más rico". Le auguro la mejor de las suertes, y sé que le va a ir bien en dos sentidos: va a ganar dinero y va a poder practicar su dicción.

Tuvimos momentos muy gratos, como cuando nos dimos cuenta de que los dos nos reíamos porque entendíamos perfectamente lo que decíamos en nuestro medio (¿meta?) lenguage, a pesar de que ambos hablamos en borrador. O tal sea porque hablamos en borrador. Hasta coincidimos en la máquina que ambos usamos para extraer secreciones. Nos echamos a reír a carcajada limpia cuando nos dimos cuenta de que hemos pasado de ser amigos iguales a ser amigos cada uno con su propia circunstancia, diferente pero parecida a la vez. Y esos parecidos nos hacían reír ruidosamente.

Me contó que compuso una canción en quechua, y que esa canción fue la estrella de un concierto organizado por Mena, con el propósito de recaudar fondos para su padre. Asistieron más de 300 personas, o sea, un éxito.

Una vez que se fueron y acabó tan memorable visita, me quedé con la imborrable sensación de haber estado sentado frente a un tipo totalmente fuera de serie. Hasta me sentí avergonzado por la cantidad de veces que me dicen que soy un valiente por lo que enfrento cada día.

A propósito, Tuliberto no se llama Tuliberto. Cuando le dije que iba a escribir de su visita, le pregunté cómo quería llamarse. Entre Mena y yo barajamos varias opciones, hasta que él sentenció: "me llamarás Tuliberto", y no se dijo más. Los apellidos los puse yo, porque me parece que ha salido victorioso de su desastre personal, admitiendo que la guerra es un desastre. Quiero agregar que Tuliberto ha perdido totalmente la memoria de buena parte de su vida, y Mena, su Roxanne, le enseña fotos, le cuenta las cosas, como una especie de memoria externa.

Debo confesar que para mí, la palabra valiente queda corta cuando se describe a Tuliberto, a quien me precio de llamar amigo.

viernes, 3 de agosto de 2012

El espíritu olímpico por los suelos

Aqui me tienen de regreso al siglo XXI, luego de haber vivido en el siglo XVI, por breve tiempo, con la finalidad de resolver asuntos de honor, luego de pasearme en carros tirados por cuatro a seis caballos y ver, de lejos, pero la vi, a la mujer que me ha quitado el sueño por incontables noches: mi amada Roxanne.

Me encuentro ahora gracias al destino en el siglo XXI, y con estas olimpiadas modernas creadas por Pierre de Frédy.

Pierre de Frédy era un educador, cuyo padre quiso que fuera militar. Un educador con gran afición por el deporte quien, en la última sesión del Congreso Internacional de Educación Física, celebrado en la Universidad de La Sorbona de París, decidió instaurar los Juegos Olímpicos. Tenía como finalidad juntar a los mejores deportistas del mundo entero para formar una gran competencia, a la que llamó Olimpiadas Modernas.

Era el 26 de junio de 1894.

El 24 de marzo de 1896, se llevaban a cabo las primeras Olimpiadas de la Era Moderna en Atenas, después de una serie de inconvenientes que Pierre de Frédy supo sortear. Pierre de Frédy, conocido después por su título de Barón de Coubertin, cumple con su sueño ese 24 de marzo de 1896, día de Pascua de Resurrección, en que el rey Jorge de Grecia pronunció por primera vez las palabras rituales: "Declaro abiertos los primeros Juegos Olímpicos Internacionales de Atenas". Su lema fue Lo esencial en la vida no es vencer, sino luchar bien, derivada de la frase Lo importante no es vencer, sino participar de Ethelbert Talbot, erróneamente atribuida a Pierre de Coubertin.

Hace pocos días, vi la inauguración de las XXX Olimpiadas de la Era Moderna que se llevan a cabo en Londres. Mi sensación es que tal vez la crisis internacional hizo que la ceremonia no tuviera el brillo de ediciones anteriores. Por lo menos, esa es mi opinión. Pero ese no es el tema que nos ocupa en esta entrada.

De lo que quiero hablar es de la expulsión de varias jugadoras de badmington que, olvidándose de todo el espíritu deportivo que el Barón de Coubertin quiso insuflar a los juegos, se dejaron ganar con la finalidad de tener rivales más "fáciles" en la siguiente ronda de competencia.

También de la esgrimista que se quedó sentada llorando sobre la pedana por más de una hora sin que la pudieran sacar, sosteniendo que la estocada que le había dado a su rival había sido dentro del tiempo reglamentario, aunque la decisión de los jueces fue contraria.

Del boxeador que, porque no le dieron la pelea que había ganado, según él, se retiró del cuadrilátero sin saludar al contrincante ni al juez.

El detalle está es que si eso se ve en las Olimpiadas, que son la ventana al mundo, el ejemplo deportivo por excelencia para jóvenes y niños, ¿qué se puede esperar de acontecimientos deportivos más chicos y con menos exposición de los medios? ¿Qué ejemplo se pretende dar con esos comportamientos completamente fuera de lugar? Eso no es igual al gran error que cometió el servidor administrativo cuando confundió las banderas de las dos Coreas.

¿Dónde están el honor, el buen comportamiento, el ejemplo, en que lo importante es competir y no ganar?

He tenido muchos comentarios en mi entrada anterior sobre el honor y la nobleza como si fueran cosa de otros tiempos. Creo que son cosa de estos y de todos los tiempos, pasados y por venir.

En realidad, el espíritu de las Olimpiadas se puso por los suelos y eso no se puede tolerar.

Nota: gracias Wikipedia, y gracias San Google.