martes, 28 de febrero de 2012

A la playa en una silla (segunda parte)

Ver primera parte acá.

Es muy importante aclarar algunas cosillas. Cada pareja fue en su propia movilidad. En la camioneta fuimos mi hermana, mi cuñado, quien manejaba superando su fundado temor de conducir en Lima, Gladys y yo.

A pesar de que en la camioneta hubiéramos entrado todos, como dije, cada pareja llevó su propia movilidad, ya que éramos conscientes de que cada uno fuera libre de quedarse el tiempo que nos diera nuestra real gana. No está demás decir que la edad de cada uno de los aventureros variaba entre los 50 y 70 añitos y nunca a esa edad se le aguanta pulgas a nadie, o un pequeño accidente, o algún insoportable dolor en cualquier parte del cuerpo te hace regresar a tu casa a la velocidad de un rayo.

Bueno, cosas de la inteligencia y experiencia logradas cuando llega uno a la edad dorada.

Daly y Alfredo tuvieron la magnífica idea de llevar a su extraordinario chofer, que con sus aproximadamente 45 años, era el menor de todos. Raúl, que así se llama, tiene voluntad y modales a prueba de balas. En un momentito se convirtió en el hombre orquesta, pues hacía de todo, igual que Gladys e igual que toda la banda de los 600 (años). Bueno, es un decir, porque si la edad se llevara en la cabeza todos teníamos 25, yo incluido, que con la silla a cuestas, no podía hacer casi nada. Hasta que me di cuenta de que podía hacer muchísimo. Como por ejemplo, no estar interrumpiendo el trabajo de los demás. Es decir, "si no puedes hacerlo tú, déjalos hacer a ellos". Tampoco era cosa de estar sentadote y ponerse a dirigir la orquesta, o el engreído tratando de ser el centro de atención debido al mal que padeces.

En consecuencia, la primera regla de alguien que está en desventaja física frente a los demás debe ser que esté plenamente consciente de dicha desventaja, que se acepte como es, que no se compare ni se lamente. Y no me cuenten sobre los dolores que te vienen, pero eso es otra cosa.

Por lo tanto lo que sí puedes hacer es no estorbar. También puedes observar el comportamiento de los demás, primero porque es muy divertido y segundo porque es una buena manera de ir conociéndolos, con lo que te conviertes en un buen conciliador futuro para las discusiones que de todas maneras van a venir sobre política, religión y fútbol.

Comprenderán que no me iba a ser posible acercarme al mar con la misma frecuencia que los demás. Es más, al comienzo pensé que no iba a poder ni ver el mar por el tema de la silla de ruedas. Así que me consolé pensando que podría ver televisión, y encima a mi gusto pues sería cuando no hubiera nadie en la casa. En el condominio hay conexión de cable, con lo que yo estaba de lo más tranquilo. Hasta que llegó el momento de la verdad, pues cuando quise ver televisión, no pude. El televisor se prendió pero no emitió ninguna imagen.

Caramba, pensé, ¿qué clase de vacaciones serían estas si me la iba a pasar encerrado en una casa, sin poder ir al mar, sin poder ver televisión de la buena (para el caso, ni de la mala)? De inmediato empecé a pensar en cómo solucionar el problema. Y mi primera y única decisión fue: pues me tendré que ir al mar con ellos.Y esto me sucedía en un paraíso (por lo menos de este modo lo pensé yo) porque el condominio tiene características muy especiales. Por ejemplo, hay una tienda en que se puede comprar de todo, los niños de 2 a 7 años no hacen bulla. Francamente estoy seguro de que les deben incluir un brebaje especial en la leche. Y los adolescentes ponen su música a un volumen muy adecuado. Además, el condominio es muy limpio y organizado, el césped de cada casa está muy bien tratado. Todos se saludan en forma muy cortés.

Pero a pesar de esa maravillosa tranquilidad, yo sabía que no iba a descansar bien hasta que no me fuera al mar.

Y así fue que al día siguiente me fui al mar con ellos. Apenas llegado a la arena, me encontré con la primera barrera arquitectónica: peldaños. El asunto se resolvió dándole la vuelta a la silla, es decir, conmigo de espaldas al mar, y jalándola hacia abajo. Para eso necesitas dos amigos fortachones que tuvieran mucha buena voluntad, que felizmente había, aunque con truco. Mi cuñado tiene dolor en el hombro izquierdo y Javier tiene problemas en el brazo derecho, así que cada uno maniobraba con su brazo bueno y Gladys iba atrás, conteniendo mi espalda. De esa manera llegamos a la arena.

Primer escollo superado. Venía el segudo escollo, que era avanzar en la arena hasta llegar al lugar designado para tumbarnos al sol. Entre los peldaños del malecón, que a ambos lados tienen duchas donde quitarse la arena con una presión de agua riquísima (al igual que en los baños de las casas), y el punto donde reventaban las olas del mar había como 200 metros de distancia. La arena quemaba mucho. Por eso decidimos que para hacer avanzar la silla lo que había que hacer era girar las ruedas traseras de la silla de ruedas, las ruedas grandes. Cada uno de ellos hacía girar una rueda, Gladys empujaba desde mi espalda. Los tres ponían toda su fuerza y voluntad y así avanzamos unos 50 metros.

La arena quemaba demasiado, por lo que se cambió el método: que entre los tres levantaran la silla y corrieran conmigo como en un palanquín. Así avanzamos de poquito en poquito, cada uno con el brazo "bueno", y sin poder cambiar de lado para no usar su brazo "malo".

Finalmente, llegamos a la sombrilla, que está más o menos a la mitad del recorrido entre las duchas y el mar. Luego de una buena pausa, un buen reposo, un buen descanso, matizado con una buena conversación, moderadamente rociada con ciertas aguas espirituosas, Javier exclamó: ¡ahora, vamos todos al mar!"

Esta vez tuvieron el buen juicio de ir calzados, pero aun así la arena quemaba tremendamente. El sol meridiano estaba en su máximo apogeo. Fueron unos 50 metros entre la sombrilla y el inicio de la arena mojada, más fría y aparentemente más firme. Resulta que esa arena no era firme, pues al posar la silla ya con la idea de empujarla hasta el mismo borde del mar, terminé hundiéndome con todo y silla, casi como atrapado por arenas movedizas. Ahí estaban dos voluntariosos, haciendo acopio de todas las fuerzas de uno de sus brazos para levantarme con silla y todo y llegar de una vez al mar. Digo dos y no tres voluntariosos, porque Gladys estaba totalmente abstraída por la visión del mar, al que nunca antes había visto. Hasta lo probó pues se tomó un poco del agua salada.

Para hacer corto un cuento ya largo, llegamos al mar, a la parte de la arena que está totalmente mojada por el océano. La arena ya tenía la suficiente firmeza como para empujarme con todo y silla. Comenzamos una caminata y entre los tres se turnaban para guiar la silla.

Hubo un detalle de mi cuñado y de Javier que llamó mi atención de la mejor manera: los dos levantaban diferentes conchitas de mar, muy-muy y demás seres para mostrárselos a Gladys.

Unos dos kilómetros más adelante, escucho de nuevo la voz de Javier: "¡ahora, al agua todos!" Entre los tres me levantaron de la silla y me hicieron caminar hacia el mar, lo necesario como para mojarme los pies y hasta las rodillas. Así empezó el regreso, yo caminando, agarrado de mis tres acompañantes.

Como ven, no es difícil ir al mar en silla de ruedas. Se necesita voluntad y amigos que desean verte feliz. Muy feliz.

Este fue el momento destacado de los inolvidables días que pasé en la playa. El resto de los días se desenvolvió en medio de la rutina que ustedes pueden imaginarse en tiempos de verano en una playa limeña que se llama Asia Bonita.

sábado, 25 de febrero de 2012

A la playa en una silla

Mi única hermana vive en California y estuvo de visita en Lima. Vino junto con su esposo a pasar unas vacaciones. Alquiló una casa en la playa Asia Bonita, ubicada a 108 kms al sur de Lima y a escasos ocho km del balneario de Asia, que en la actualidad es el balneario de moda de la capital.

Me invitó a pasar unos días en la casa, junto con algunos miembros de la familia y amigos. Por esas cosas del destino, con algunos de ellos no nos veíamos desde hacía largos 20 años. Estuvieron Chana y Cucho, Javier y Clara, Daly y Alfredo. Me contaron que también iban Pedro y Luciana, pero la mamá de Luciana fue internada en la clínica ese mismo día. Al día siguiente me enteré del lamentable fallecimiento de la señora. A Pedro si lo veo con frecuencia, pero con Javier me dejé de ver hace prácticamente 20 años, y eso que somos compadres.

Partimos una mañana de sábado en mi camioneta. Después de una serie de indicaciones brindadas por Trapo, celoso conductor oficial de la camioneta, a mi cuñado, quien manejó esta vez, hacia la aventura fuimos. Agrego que también nos acompañó Gladys, que me ayuda en la casa y termina incluida en este tipo de travesías.

No tuvimos ningún tipo de percance en el viaje de ida, ni siquiera embotellamiento de transito, tan comunes en las carreteras limeñas los sábados de verano, gracias a las acertadas medidas emprendidas hace años por las autoridades muncipales.

Yo que soy exageradamente previsor, la noche anterior puse la hoja de ruta en mi canguro pues nadie conocía la ubicación exacta de la casa. Por una descoordinación, la hoja de ruta salió del canguro con mi conocimiento y regresó sin mi conocimiento. Por lo tanto, yo estaba segurísimo de que se había perdido. Imaginen mi chasco al descubrir, ya de vuelta en Lima, la hoja de ruta bien guardada en el canguro.

Lo único que sabíamos era que teníamos que llegar al kilómetro 108 de la carretera Panamericana Sur, de ahí entrar a la derecha en un cartel. Hasta ahí, todo muy bien. Una vez volteados a la derecha, había un montón de bifurcaciones y desvíos y ahí ya no sabíamos por cuál ir. Hasta que alguien vio un cartel muy chiquitito que decía Asia Bonita, encima de un cartel muy grande que decía Asia Azul.

Finalmente, llegamos. El condominio donde está la casa es nuevecito, todo pintado de blanco con toldos anaranjados. Las playas se diferencias por el color de los toldos que la casas tienen en sus techos. Después de una rápida búsqueda, encontramos la casa.

El único problema fueron las barreras arquitectónicas. No existen rampas. Pero como para todo hay solución, me las arreglé para pasear por el condominio a mi regalado gusto. Y aquí paro pues esto me está saliendo más largo que Limo de Jeque.

En la próxima entrada les voy a contar cómo es que en esos días descubrí que es posible ir en silla de ruedas al mar...

viernes, 17 de febrero de 2012

Motivaciones

Estimados todos:

A continuación, y con la debida autorización, reproduzco un texto de mi segundo hijo, que publicó en su blog hace dos días. Se titula Motivaciones, y creo que vale la pena compartirlo con ustedes.
El amor siempre ha sido muy complejo, no es descubrimiento mío ni ninguna novedad. El amor va más allá de las características obvias de las personas, pues acepta no sólo las virtudes y defectos, sino los cambios que propone el innegable tiempo. Acá unas líneas dedicadas a mi amada esposa con motivo del 15 de febrero (no del 14, pues es el cumpleaños de mi hijo).

Mírame directo a los ojos,
pues me he impuesto una tarea.
Algo debo susurrarte,
en volumen tal que nuestras almas comprendan,
declarando en ese acto el sentimiento y su origen,
más allá del latir acompasado,
más allá de mí y de lo que interpreto de ti.
Hoy debo gritar que te amo.
gritar susurrando como lo hacen los vientos a las arboledas.
gritar lloviznando como lo hacen los tibios cielos de otoño y primavera.
gritar repasando que aquello que amo de ti no es lo que veo, sino lo que desconozco.
No te amo porque poseas la más bella de las sonrisas,
esa que ilumina las angustias de porvenires ambiguos
esa que me enseñó a mirarte detenidamente,
no te amo por eso,
pues no conocemos de las futuras heridas del alma,
y si un dia alguien robara esa hermosa sonrisa,
te seguiría amando.
No te amo porque me encandilen las comisuras de tus ojos,
esas de cuyas concavidades ya he escrito,
esas que definen la forma en que tu mirada me despierta.
No te amo por eso, 
pues si no las tuvieras, 
igual te amaría.
No te amo por tu cuerpo,
aquel que me ha dominado y desnudado,
ese que reconoce en mí su complemento,
no te amo por eso,
ya que si el tiempo lo golpea o distancia nuestra piel,
pues te seguiré amando.
No te amo por tu entereza,
aquella que me rescató del vacío círculo de la sobreconciencia
esa que sólo sabe de aguantes y entregas,
pues si una mañana te levantaras tibia y frágil, te tomaría en mis brazos, te prestaría de mis fuerzas y te diría nuevamente que te amo.
No te amo por nada de eso,
ni por tu comprensión ni por las historia que cuentan nuestras sábanas o nuestras fotografías,
pues si un día la vejez hiciera que las olvidara,
adivina...
te amaría.
No te amo porque quiera,
no es que haya sido decisión mía,
te amo porque te amo,
te amo porque hay cosas que no se explican,
porque lo eterno es hoy cada dia,
porque Dios te puso frente a mí,
y cada día cuando te escucho, 
cuando te miro,
sé que te amo,
tal como sé que estoy vivo.

martes, 7 de febrero de 2012

Una propuesta

Estaba contestándole un comentario a Laly, autora del blog La flor de la canela, y mencioné las palabras de doña Chabuca Granda, autora y compositora de La flor de la canela. Ella decía "quiéranme viva", pues generalmente los discursos se dedican a las personas cuando ya han fallecido.

Propongo una cosa: hoy día, 7 de febrero de 2012, sin falta (o el día que lean esto), llamemos a alguien con quien no hablamos hace tiempo y simplemente digámosle: "te quiero mucho".

Ya es tiempo de empezar a practicar la cultura de paz.